embarazo

Durante el embarazo no es cuestión de comer por dos, sino de alimentarse el doble de sano o, por lo menos, de no perder las buenas costumbres nutricionales. Aunque el embarazo es un estado y no una enfermedad, el organismo sufre cambios y presenta nuevas demandas a las que hay que responder correctamente, ya que de ello dependerá la salud de la madre y la de su futuro bebé.

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En contra de los dichos tradicionales, durante el embarazo no es necesario comer más, sino sólo tener en cuenta unas cuantas pautas nutricionales que, en esencia, distan poco de la buena alimentación en cualquier otro momento de la vida.

En los países occidentales, casi todas las mujeres que llegan a la gestación lo hacen en condiciones nutricionales aceptables, lo que supone tener mucho camino andado para garantizar la buena salud del bebé desde su concepción.

Generalmente, los médicos recomiendan aportes extras de ácido fólico, ya que este nutriente previene la anemia megaloblástica -produce la destrucción intramedular de las células- y reduce significativamente los defectos en la formación del tubo neuronal del niño, así como la posibilidad de aborto, de parto prematuro y de bajo peso en el recién nacido. Cereales, verduras e hígado son algunos de los alimentos ricos en folatos, aunque, muchas embarazadas toman el ácido fólico sintetizado en pastillas.

Otra cuestión importante es la excesiva ganancia de peso. Es inevitable coger kilos, pero un exceso resulta perjudicial para la madre y el bebé. Los problemas no se reducen sólo a una peor movilidad e incomodidad de la embarazada, sino que afectan a su circulación sanguínea y pueden complicar el parto. Por tanto, es básico reducir la ingesta de grasas, sobre todo aquellas que no aportan nutrientes esenciales -bollería y dulces industriales-. Nada tiene esto que ver con estar a dieta, puesto que el organismo tiene altas necesidades en este periodo, sino que se hace necesario equilibrar las calorías que se ingieren. De hecho, algunos expertos sugieren que el aporte energético se eleve un 10% sobre la dieta habitual. La clave es no hacerlo a base de donuts y patatas fritas.

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La dieta de la embarazada debe incluir buenas cantidades de calcio, presente en los lácteos -conviene que sean semidesnatados-, puesto que contribuirá a la adecuada formación de los huesos y dientes del niño. Lo mismo se puede decir del hierro, mineral que se halla en la hemoglobina de la sangre, la cual es responsable de transportar el oxígeno a todo el cuerpo. La carne, el pescado y las aves son ricos en hierro a la vez que en zinc, elemento que interviene en el proceso de división de las células y que tiene un papel destacado en el desarrollo del feto.

Además hay que consumir fruta y verdura para asegurar aportes correctos de vitaminas y micronutrientes esenciales, y tomar legumbres y verduras de hoja verde, ricas en ácido fólico. También es aconsejable incluir en la dieta maíz y germen de trigo, ya que encierran buenas dosis de vitamina B6. Respecto a las bebidas, nada más sano que el agua o los zumos naturales, repletos de vitaminas. Aunque el consumo de un vaso de vino o cerveza resulta sano en cualquier otro momento de la vida, durante el embarazo el alcohol está totalmente prohibido.

Pero si hablamos de embarazo y alimentación hay una cuestión que a nadie se le escapa por curiosa, y porque se encuentra a caballo entre el mito y la realidad: los antojos. La necesidad imperiosa de tomar un alimento o sentir repulsión por otros está relacionada con las modificaciones hormonales que se sufren en este periodo y que generan cambios en los sentidos del gusto y el olfato. A veces, los antojos responden a requerimientos del organismo en un momento concreto, como la demanda de sodio y glucosa, que se transforma en ganas irrefrenables de comer determinados alimentos salados o dulces.

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